Historia
El Bar La Playa ha tenido varios dueños: primero españoles, luego italianos y en el año 90 un chileno sueco quien lo revivió, pues durante la dictadura militar perdió clientela. Esta vuelta fue coincidente con otra, la del Festival de Cine de Viña del Mar, suspendido desde el Golpe. Sucedió que muchos de sus asistentes –actores, directores, guionistas, cinéfilos y artistas- festejaron en el bar, coronándolo como nueva sede de la bohemia porteña.
Hoy tiene público diverso, desde jóvenes de 18 años a adultos con más de 60. A veces llegan señores que me dicen “hace treinta años que no vengo, pero yo vine por treinta años”. Ellos vivieron el Valparaíso de las fotografías antiguas- cuenta Cecilia, para quien el bar es como un libro; por cada cliente una historia. Viejos porteños y artistas locales suelen ir durante el día. Los meseros ya saben a qué hora llegará el vendedor de elásticos (un señor de ochenta años) y el mago del Cerro Alegre.
Por las noches, especialmente los fines de semana, La Playa se transforma en un lugar de carrete (2) universitario. Son muchos los estudiantes de intercambio que llegan recomendados por otros extranjeros. Lo que les llama la atención es su aspecto anticuado y kitch: grandes espejos –dos de ellos solían ser del prostíbulo Los Siete Espejos, famoso en el Barrio Puerto de antaño-, altas puertas de madera con vidrio y bronce, una larga barra estilo inglés y, sobre todo, cuadros, muñecas, banderas, figuras, fotografías, botellas viejas y demás cachureos que se han ido acumulando.
A su dueña le interesa preservar la ambientación del bar, lo ve como una labor de rescate patrimonial. A su favor, ya es conocido como mítico, incluso cuenta con su propio fantasma: una mujer joven de principios del siglo XX capturada en una fotografía del artista local Pablo Alarcón.
(2) Carrete: fiesta